Y es por medio de esta representación que llegamos a conocer el hábitat de las cucarachas temporales. Es decir, aquellos animaluchos que gustan de merodear en los espacios (infinitos) que separan los infinitos paralelos, sin llegar realmente a establecerse en ninguno de ellos. No es inusitado, sin embargo, que se posen sobre una de nuestras finas líneas para alimentarse; aunque se trate de un fenómeno brevísimo (meros nanosegundos) y siempre termine en la retirada de la cucaracha de vuelta a su reconfortante confín. Lejos de su primera impresión contraintuitiva, la dimensión temporal de las cucarachas es más que evidente cuando se entiende(n) el (los) infinito(s) no como objeto(s) observable(s) sino como propiedades. Ahora mismo sería demasiado complejo y laborioso expandir sobre la cuestión implícita en el mote propiedades (¿propiedades de qué? sucede preguntarse), pero lo que resulta esencial es representarse los infinitos en su temblor. Es decir: imaginar esas finas líneas bajo el azote constante de tormentas, que las hacen estallar en vibraciones habitables solo para las cucarachas. La vibración de los infinitos (de la cual resulta la música del universo) es la fuerza que lleva a cabo el tiempo como dimensión, y por lo tanto el alimento más suculento imaginable para las cucarachas galácticas.
Tal representación, sin embargo, corre un grave peligro. La convergencia de los infinitos (al fin y al cabo meras efigies de creación humana, y por lo tanto susceptibles al colapso de una expresión antropomórfica de lo abstracto) es una posibilidad que acecha desde cada uno de los horizontes infinitos, y lo ha hecho desde su creación. Existe, pues, un peligro considerable de la desintegración del sistema de cuerdas de infinitud que tejen el ecosistema necesario para las cucarachas temporales, y, por lo tanto, no cabe en absoluto descartar el inminentemente cruel ahogamiento de éstas bajo el peso de los infinitos lineales, mientras estos se descomponen y toman la forma de, por ejemplo, un punto. .